Cómo El Trauma Infantil Se Vuelve Parte De Quiénes Somos Como Adultos

Este artículo fue publicado originalmente en Psychology Today

El proceso de "Identificación con el Agresor", introducido por el psicoanalista Sándor Ferenczi (1949), es una forma de comprender el impacto del trauma relacional infantil, ya sea marcado por abuso o negligencia. El niño moldea su sentido de sí mismo a las necesidades del adulto como una forma de buscar seguridad emocional y psicológica. En las relaciones adultas, esta acomodación podría transformarse en intentos por complacer a todo el mundo, un intento de buscar seguridad psicológica o emocional priorizando las necesidades de otras personas. Sin embargo, las ramificaciones de este proceso son más amplias.

Para mantenerse a salvo convirtiéndose en quienes los demás necesitan que sean, el niño debe desarrollar una sensibilidad aguda a las necesidades, deseos, estados de ánimo y sentimientos de la otra persona. Lo que podría parecer madurez, empatía o 'sabiduría' podría ser una expresión de cómo el niño necesitó cambiar para garantizar su supervivencia emocional, psicológica y física. Cuando el trauma relacional no se define por abuso, sino por negligencia, rechazo o falta de disponibilidad emocional, el impacto puede ser similar. Por ejemplo, para protegerse de sentirse abandonados o sin amor, los hijos de padres deprimidos pueden asumir cualidades de cuidado o moldear su personalidad con la esperanza de "animar" al padre emocionalmente inaccesible.

Volvernos empáticos o afectuosos, o identificarnos con aspectos de nuestros padres y sus deseos para con nosotros puede, en circunstancias normales, desarrollar y reforzar nuestro sentido de identidad. Sin embargo, esto tambien puede ser la expresión de experiencias traumáticas cuando implica asumir roles parentales para preservar una sensación de seguridad, mientras nos perdemos a nosotros mismos en el proceso. Como señala Frankel (2004), "a medida que se ganan estas capacidades [empatía, sintonía emocional, etc.], lla víctima pierde contacto con su propia vida emocional". Durante la edad adulta, esto puede experimentarse como tener una relación limitada con nuestra vida interior, sentirnos desconectados o inseguros acerca de nuestras propias necesidades y deseos, o entablar relaciones masoquistas.

En el centro del proceso de Identificación con el Agresor se encuentra la tarea urgente de satisfacer las necesidades narcisistas del adulto. Las necesidades narcisistas pueden incluir sentirse poderoso, necesario, útil, vivo, deseable o amado. Los niños se convierten, de esa manera, en extensiones de las necesidades de sus padres y se relacionan a sí mismos no como individuos sino "como un objeto para el uso del padre [o madre], en lugar de una persona de valor intrínseco" (Howell, 2014). Esto da como resultado una disminución del sentido de agencia, identidad y autocohesión, que a menudo se lleva a la edad adulta y se vive como desesperanza, depresión, duda sobre nuestra individualidad, o como ansiedad, miedo o inestabilidad, ya que dependemos de otros para sentirnos reconocidos y valorados.

Estas son formas en que el trauma, a través del proceso de Identificación con el Agresor, puede llevar a algo más que complacer a la gente. Por ejemplo, una ex paciente mía socavaba su propio sentido de agencia y toma de decisiones porque aprendió durante la infancia que necesitaba seguir dependiendo de un padre que reaccionaba con furia ante sus primeros intentos de convertirse en su propia persona. Otro paciente, cuyos padres no podían tolerar su dependencia y evitaban enfrentar sus propios miedos y anhelos, se convirtió en la persona desapegada y autosuficiente que sus padres necesitaban que fuera.

Agresión y vergüenza internalizadas

Como resultado del trauma infantil, inconscientemente internalizamos a nuestros agresores en un intento de buscar seguridad y autorregularnos. Al convertir al agresor en una representación mental inconsciente, lo hacemos "desaparecer" de la realidad externa para que podamos tolerar miedos y angustias abrumadores. Pagamos un precio por esto, ya que el agresor internalizado nos castigará, amenazará o abusará de nosotros desde adentro para que podamos continuar experimentando al adulto/agresor externo como amoroso y seguro.

De esta forma, internalizar al agresor también permite al niño preservar el apego con el adulto, algo que debe hacer ya que de ello depende su existencia. Este esfuerzo requiere que el niño divida las partes "buenas" y "malas" del agresor internalizado, permitiendo que el anhelo de amor del niño se cumpla, aunque solo sea en fantasía, por un adulto que pueda volverse amado, amoroso o idealizado.

A través de la división inconsciente del adulto, el niño desarrollará una relación inconsciente con un "otro" amoroso e idealizado que existe, en la mente del niño, en relación con un "yo" que asume lo "malo" del agresor. Como dijo Ferenczi (1949), "El cambio más importante, producido en la mente del niño por la identificación llena de ansiedad y miedo con la pareja adulta, es la introyección [internalización] de los sentimientos de culpa del adulto".

Si el agresor adulto en realidad se siente culpable es cuestionable. Sin embargo, el punto es que a través del proceso de Identificación con el Agresor, el niño se siente responsable de cualquier experiencia dolorosa, decepcionante o traumática. El niño asume lo "malo" del adulto, llenándolo de un profundo sentimiento de vergüenza, culpa, e ineficacia, que a menudo persiste durante la edad adulta. Reconocer los fracasos de los adultos de los que dependemos pondría nuestra propia existencia en un riesgo insoportable, por lo que nuestra mente optará por hacernos responsables y "malos".

Como resultado, nuestros sentimientos de dolor, miedo, tristeza y decepción con nuestros cuidadores permanecen disociados, desconectados de nuestra experiencia y nuestra conciencia. El proceso de Identificación con el Agresor requiere que el niño disocie su propia experiencia, evacuando su propio sentido de sí mismo, necesidades, deseos y sentimientos, para convertirse en quien el agresor necesita que sea.

Los sentimientos de vergüenza, añoranza, terror y rabia tenían que permanecer ocultos en el reino de lo impensable, separados de la conciencia y conduciendo a fuertes defensas para mantener una sensación de seguridad y cierta apariencia de cohesión. Los autocríticos duros y punitivos, nuestros propios agresores internalizados, son los restos de lo que tuvimos que hacer para mantenernos vivos y manejar la dolorosa realidad de temer a quienes amamos y necesitar a quienes no estuvieron allí para nosotros.

Referencias

Ferenczi, S. (1949). Confusion of the tongues between the adults and the child – The language of tenderness and of passion. International Journal of Psycho-analysis¸ 30, 225-230.

Frankel, J. (2004). Identification with the aggressor and the “normal traumas”: Clinical implications. International Forum of Psychoanalysis, 13(1-2), 78-83.

Howell, E.F. (2014). Ferenczi’s concept of identification with the aggressor: Understanding dissociative structure with interacting victim and abuser self-states. The American Journal of Psychoanalysis, 74(1), 48-59.

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